Por Judid Franca, 25/06/2013
Ante la disyuntiva de enviar o no a
mi hijo a un campamento vacacional por algunas semanas, decidí hacer un estudio
exhaustivo de las ventajas y desventajas más allá de la diversión,
entretenimiento o condiciones de seguridad del campamento o sus instalaciones. Me
interesaba conocer, en voz de los propios actores, si el campamento realmente
cubría mis expectativas como madre, además de las que como profesional me he
hecho al recomendarlo como una estrategia terapéutica.
Dediqué para ello una parte
importante de tiempo, pues conversar con niños y niñas entre 9 y 12 años de
edad, además de informativo, es sumamente divertido. Siempre tienen un cuento
más. Durante mis conversaciones encontré que los campamentos fascinan a los
niños y niñas por razones diferentes y múltiples, pero lo que me concernía a mí
era averiguar cómo la asistencia a estos campamentos contribuía a su desarrollo
como personas.
Encontré cosas fascinantes y
curiosas. Los niños argumentan que se sienten “libres”, que pueden hacer lo que
quieren. Sin embargo, al pedirles relaten un día de campamento decían que
tenían una hora específica para levantarse, desayunar, almorzar, merendar, cenar,
bañarse, dormir y que las actividades están dirigidas y organizadas para cada
día de la semana, casi hora a hora. E igualmente insistían, se sienten
“libres”. Tienen un horario que cumplir y se sienten “libres”. Da qué pensar,
¿no? ¿Será que estar detrás de ellos todo el día diciéndoles qué hacer no es lo
más favorable? Se sienten más independientes cuando les ofrecemos un horario y
les permitimos cumplirlo. Además del hecho cierto, que al aire “libre” las
actividades se sienten más espontáneas y prometedoras.
Otra cosa interesante es que decían
que el campamento los hacía personas “independientes”. “Somos responsables de
nuestras cosas, de cuidarlas y arreglarlas, porque nadie lo va a hacer por
nosotros” –comentaba Sara de 10 años. Los niños manifestaban que no querían
perder tiempo organizando y buscando cosas perdidas, por lo que tenían que
dejar todo arreglado desde el primer momento para aprovechar el tiempo al
máximo posible. Uhm! Interesante, esto no pasa así en casa. ¿Será que no
organizan ni arreglan porque siempre hay alguien para hacerlo cuando ellos no
lo hacen? Por supuesto, lo que más les gusta es poder compartir con muchos
otros niños y niñas de diferentes lugares, costumbres, colegios. Hacen nuevas
amistades, algunas que perduran en el tiempo. Muchos comentaban que se habían
vuelto más “tolerantes” porque les tocaba hacer equipo con chicos más lentos,
menos habilidosos o muy competitivos, y lo importante era llegar a la meta
contando con las cualidades de cada uno de ellos. “No es fácil trabajar en
equipo, en especial con un equipo que tú no escoges. Tienes que ser flexible,
yo diría que más paciente y tolerante” –comenta Javier de 11 años. Los guías
son jóvenes preparados para ayudarlos a asumir riesgos personales y de equipo,
para enseñarles a resolver conflictos en forma pacífica, para aprender que
el esfuerzo trae frutos positivos.
Los guías y todos los jóvenes y
adultos frente al campamento, están alertas y preparados para combatir
apropiadamente el bullying, el acoso o el maltrato. Un ambiente como este, les
ofrece confianza, seguridad y les brinda estrategias de afrontamiento apropiadas.
Buen punto. Aunque sea sólo por esto, vale la pena! Como profesional he
recomendado asistencia a chicos tímidos, inseguros, dependientes, confiando en
que las actividades que se realizan en los campamentos, la lejanía de casa y de
las manos protectoras de los padres, facilita el desenvolvimiento de estos
niños y les brinda la posibilidad de probar respuestas diferentes. Al final, el
resultado mayormente es positivo. Aún en el peor de los casos, los niños se
llevan consigo experiencias personales que les permiten crecer y madurar como
personas.
Finalmente, los niños y niñas
consiguen en el campamento un sano esparcimiento, un lugar para jugar,
divertirse, aprender y crecer. Ivana decía haber superado su miedo a los
caballos. Esteban aprendió a nadar porque por nada del mundo iba a dejar de
subirse a un kayak. Alejandro, se lanzó mil veces en tirolina y sintió de cerca
el sueño de Da Vinci de poder volar. Armando y Luis Ignacio, encontraron que
son más las cosas que los unen que las diferencias que los separan y volvieron
a ser amigos. Muchos se dieron cuenta de que los adultos pueden ser divertidos,
que se les ocurren cosas “cool”. Que reírse todo el día está permitido y es lo
máximo. Aprenden que por mucho que pidas que no suceda, las despedidas llegan y
son tristes, pero abren la puerta a un mundo de posibilidades futuras, al reencuentro
y a los recuerdos.
Ya no me cabe duda alguna, los
campamentos son una experiencia por la que todos los niños deben pasar en algún
momento. Para aprender y prepararse para la vida.
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