Por Any Ventura, 07/12/2013
…me dijo mi hija antes de
terminar la conversación.
Esta mujercita, madre de una
niña de 12 y de un varón de 15, me dejó muda. No supe qué contestar. Y por
supuesto, me quedé pensando. Para empezar me pregunté quién le habría enseñado
tan contundentes y sabias palabras. También me pregunté si me las estaba diciendo
a mí, o se las estaba diciendo a ella misma en relación con sus propios hijos.
Me dio orgullo y temor al mismo
tiempo.
Orgullo porque descubrí en ella
una sabiduría que a toda madre le llena el alma de cariño. Y temor porque
quizás había una crítica a mi lugar como mamá. También me sirvió para
reflexionar acerca de esta forma tan cruda de plantear los temas que tienen los
más jóvenes. Pero me pareció un hallazgo para compartir con otros padres.(1)
No cabe duda de que es una
verdad inapelable. Las madres de mi generación sabíamos esto y quizás nos costó
aplicarlo. Porque poner límites es ir a un enfrentamiento, es aguantar el enojo
de nuestros hijos. Es sostener una argumentación o algo mucho más fuerte: es
ejercer el poder y sus resultados. ¿Lo habremos aplicado ¿Habremos entendido
bien su sentido? No lo sé.
Marcelo Urresti, uno de los sociólogos que más
estudió el tema de los jóvenes, sostiene que "en
los años 70 las culturas juveniles eran patrimonio exclusivo de los jóvenes.
Pero hoy son patrimonio de toda la sociedad". No hace falta ir muy lejos
para darse cuenta de la sobre valoración de la imagen adolescente. Vemos
desfilar mujeres y hombres que desean más que nada en la vida ser jóvenes, y a
niños que también desean ser jóvenes. Toda la industria indumentaria, toda la
tecnología, está orientada a ser jóvenes o parecer jóvenes. Así actores,
personajes de las revistas, parecen adolescentes de 40, 50 o 60 años. Entonces
bien vale preguntar a los hijos de esas personas: ¿Qué espacio les queda?. Y me
lo preguntaba a mí misma.
Si el padre quiere hacerse
amigo de su hijo, en un punto no asume ninguna de las responsabilidades que le
corresponden a un padre. Como por ejemplo decir NO. Poner límites. Ok, los jóvenes, por el sólo
hecho de serlo debieran tener ese espacio para transgredir, para romper
mandatos, para incumplir normas, para crecer, para madurar. ¡Pero los padres
quieren lo mismo! ¿Cómo se resuelve este conflicto?
Siempre se ha dicho que los
adolescentes son los que denuncian los problemas de una sociedad. Le dicen al
mundo la verdad en la cara. No respetan ninguna convención, Para eso están los
adultos para ponerles un freno, una contención a tanta ebullición. Tener un
hijo, criarlo, también es confrontar nuestros propios deseos con los de esa
otra persona que depende de nosotros. Deberíamos entender que nuestros hijos
buscan grupos de pares para estar, para compartir espacios. Los clubes, el
cibercafé, la discoteca, la calle. Nosotros no somos sus pares, somos sus
padres. Y esos monstruos que nos aterran como la violencia, el sexo y las
drogas desafían nuestra propia responsabilidad frente a esta sociedad.
Me pregunto si un joven quiere
usar su cuerpo como ofrenda de rebeldía con incrustaciones, piercing, tatuajes,
cuando sus padres también se tatúan y, además, van a los mismos recitales que
sus hijos: ¿Cómo hace un hijo para separarse de esa tutela, de esa mirada
falsamente amiga que le copia paso a paso sus destellos de libertad? En mi
época se hablaba de límites y circulaba una hermosa frase que usábamos para la
ocasión: “Agárrame fuerte y déjame ir”. Pero como creo que las
generaciones se superan, mi hija tiene más sabiduría que su madre y me retrucó “Cuando
nos hacemos amigos de nuestros hijos, los dejamos huérfanos”.
Y tiene razón.
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