jueves, 25 de julio de 2013

A veces me pregunto: ¿como hacían los papas sin internet?


Recuerdo que cuando yo era adolescente ninguno de mis amiguitos ni yo concebíamos la vida sin un televisor. Recuerdo también que mi abuela me decía que para ella el hito en su vida había sido la lavadora. Hoy, obviamente, en medio de una generación 2.0 que aprende a usar una tableta cuando aún no sabe leer, lo inimaginable es la vida sin Internet.

Y sí. Internet definitivamente acortó las distancias. Mejoró las comunicaciones. Pero lo más trascendental, desde mi humilde punto de vista, fue el acceso inmediato a la información. Yo recuerdo que mi papá siempre era quien me daba todas las respuestas cuando hacía mis tareas de la escuela. Y hoy me pregunto: ¿Cómo hacía si no tenía a Google o a Wikipedia o a Youtube?

“Papá, ¿quién es el presidente de nosedonde?” y papi siempre sabía. “Papá, ¿cómo funciona un reloj?” Y papi, que heredó la maravillosa destreza manual que tenía mi abuelo me lo explicaba mientras me construía uno… y yo cada mañana, cuando veía la hora en el cuarto en ese reloj hecho a mano, repasaba todo lo aprendido. “Papá, en la escuela me pidieron hacer una piñata” y papi sólo preguntaba cuándo debía entregarla y qué forma quería que tuviera. Siempre buscaba los materiales “en el cuartito de atrás” donde siempre tenía de todo y mágicamente comenzaba a construir conmigo cualquier proyecto escolar. Yo hoy, hasta las canciones que tararean mis hijos… ¡las busco en internet para aprenderme las letras!

Mi papá siempre fue “un taco” como dice él, en matemáticas. Siempre se sentaba conmigo a revisar las tareas y siempre hacíamos juntos ese problema dificilísimo que había en cada capítulo de los últimos años de bachillerato. Para papá era como si todos los días resolviera esos problemas con los que ya yo llevaba un buen rato lidiando. Parecía como que la solución le brincaba a los ojos mágicamente. Y yo era feliz cuando llegaba a clases y la profesora preguntaba: “¿alguien pudo resolver el problema 21?” y de 45 alumnas sólo mi mejor amiga y yo (porque su papá era como el mío) lo llevábamos resuelto. Me encantaba pasar a la pizarra y explicar a la clase lo que papá ya me había explicado a mí.

Cuando fui a la universidad y papá me dio mi primer carro la cosa fue más asombrosa aún. Cuando éste fallaba yo no dejaba que absolutamente nadie abriera el capó… me daba hasta paranoia que alguien se acercara al auto porque estaba convencida de que lo iban a empeorar y papá, que todo lo sabía, se iba a enterar. Y es que mi papá, con esa capacidad analítica fuera de serie que lo ha caracterizado desde pequeño, siempre sabía cómo resolver cualquier problema sin importar el año del carro, el modelo ni la marca. Yo lo llamaba y le explicaba: “papi, sonó así y yo me asusté y lo apagué” o “papi, cuando comenzó a hacer así yo hice asao, me hice a un lado de la carretera y te llamé”. Y él siempre sabía cuál era el problema: “Ah, ¿sonó así? Mmmmm… ok” esperaba unos segundos y comenzaba un cuestionario para validar sus hipótesis “¿Tenías mucho rato rodando? ¿cómo estaba la temperatura del carro? ¿frenaba bien? ¿notaste algún olor raro?…” Las preguntas eran millones y variaban según el susto que yo describiera. Pero lo más fabuloso es que casi nunca tenía que esperar por una grúa (creo que sólo la vez que al Renault se le fue la cadena de los tiempos). Él me decía: “Ok, párate de frente al carro. Ponte primero los guantes que están en la maleta no te vayas a quemar las manos” y yo abría esa maleta y en efecto estaban unos guantes (¡que yo ni sabía que estaban ahí!) listos para que yo los usara. “Ok, abre el capó. A la derecha vas a ver un círculo grande negro. A la izquierda vas a ver no sé qué otra cosa. ¿La cosa cuadrada bota humo?” Y así iba afinando el diagnóstico y me daba la solución inmediata para llegar hasta la casa, donde él “a la noche” lo revisaba y con toda seguridad lo arreglaba.

En mi casa nunca hubo necesidad de llamar a un plomero, a un pintor o a un cerrajero. Mipapá, como si hubiera tenido manual a la mano para cada tubería, cada equipo o una radiografía de cada pared, siempre sabía (y sigue sabiendo) qué hacer. Él se sentaba en frente del problema. Lo veía un buen rato, en silencio. Nadie se le acercaba ni le hablaba en esos momentos, era como un código implícito que todos respetábamos. Pero cuando se levantaba de allí, podíamos tener la seguridad de que ya papi sabía cómo iba a solucionar el tema.

Y ahora que tenemos tanto acceso a información, tantos tutoriales en línea, tantos videos de hágalo usted mismo a sólo un click de distancia… ¡más admiro a papá!. Es increíble cómo sin tener este maravilloso recurso que tenemos hoy, él siempre fue capaz de resolver todo. Los padres de ahora quizás no nos hemos dado cuenta, pero sin duda Internet hasta eso, ser padres, nos lo ha hecho más sencillo. Mi papá era un fenómeno, y para mí lo sigue siendo. Mis hermanas y yo siempre lo llamamos Mac Gyver, como la popular serie en la que el protagonista resolvía hasta los problemas más descabellados. Y lo mejor de él y su capacidad, no era solo que era del tamaño del problema que se le presentase… sino esa confianza que sembró en nosotras tres de saber que, no importa lo que suceda, siempre –aún hoy en día- podemos contar con él para seguir adelante. Y yo hoy no vivo sin Google, lo confieso, pero antes que hacer una consulta en Internet o aplicar algo que vi en un tutorial… ¡primero llamo a mi papá!

En twitter: @mamasynenes

http://mamasynenes.wordpress.com/2013/07/23/a-veces-me-pregunto-como-hacian-los-papas-sin-internet/

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Sus comentarios antes de ser publicados serán revisados por el Administrador del Blog