Por Enrique Orschanski, 19/01/2013
El autor de este artículo es el Dr. Enrique
Orschanski, pediatra cordobés, publicado en el diario "La Voz" de Córdoba:
LOS ABUELOS NO SÓLO CUIDAN; SON EL TRONCO DE LA
FAMILIA EXTENDIDA, APORTAN ALGO QUE LOS PADRES NO SIEMPRE VISLUMBRAN:
PERTENENCIA E IDENTIDAD.
ENRIQUE ORSCHANSKI.
En los últimos 50 años, nuestro estilo de vida
familiar cambió drasticamente como consecuencia de un nuevo sistema de
producción. La inclusión de la mujer en el circuito laboral llevó a que ambos
padres se ausenten del hogar por largos períodos creando como consecuencia el
llamado “síndrome de la casa vacía”.
El nuevo paradigma implicó que muchos niños
quedaran a cargo de personas ajenas al hogar o en instituciones. Esta
tercerización de la crianza se extendió y naturalizó en muchos hogares.
Algunos afortunados todavía pueden contar con
sus abuelos para cubrir muchas tareas: la protección, los traslados, la
alimentación, el descanso y hasta las consultas médicas. Estos privilegiados
chicos tienen padres de padres, y lo celebran eligiendo todos los apelativos
posibles: abu, abuela/o nona/o bobe, zeide, tata, yaya/o opi, oma, baba, abue,
lala, babi, o por su nombre, cuando la coquetería lo exige.
Los abuelos no sólo cuidan, son el tronco de la familia extendida, la
que aporta algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e identidad,
factores indispensables en los nuevos brotes.
La mayoría de los abuelos siente adoración por
sus nietos. Es fácil ver que las fotos de los hijos van siendo reemplazadas por
las de estos. Con esta señal, los padres descubren dos verdades: que no están
solos en la tarea, y que han entrado en su madurez.
El abuelazgo constituye una forma contundente de
comprender el paso del tiempo, de aceptar la edad y la esperable vejez.
Lejos de apenarse, sienten al mismo tiempo otra
certeza que supera a las anteriores: los nietos significan que es posible la
inmortalidad. Porque al ampliar la familia, ellos prolongan los rasgos, los
gestos: extienden la vida. La batalla contra la finitud no está perdida, se
ilusionan.
Los abuelos miran diferente. Como suelen no ver
bien, usan los ojos para otras cosas. Para opinar, por ejemplo. O para recordar.
Como siempre están pensando en algo, se les
humedece la mirada; a veces tienen miedo de no poder decir todo lo que quieren.
La mayoría tiene las manos suaves y las mueven
con cuidado. Aprendieron que un abrazo enseña más que toda una biblioteca.
Los abuelos tienen el tiempo que se les perdió a
los padres; de alguna manera pudieron recuperarlo. Leen libros sin apuro o
cuentan historias de cuando ellos eran chicos. Con cada palabra, las raíces se
hacen más profundas; la identidad, más probable.
Los abuelos construyen infancias, en silencio y
cada día. Son incomparables cómplices de secretos. Malcrían profesionalmente
porque no tienen que dar cuenta a nadie de sus actos. Consideran, con
autoridad, que la memoria es la capacidad de olvidar algunas cosas. Por eso no
recuerdan que las mismas gracias de sus nietos las hicieron sus hijos. Pero
entonces, no las veían, de tan preocupados que estaban por educarlos. Algunos
todavía saben jugar a cosas que no se enchufan.
Son personas expertas en disolver angustias
cuando, por una discusión de los padres, el niño siente que el mundo se
derrumba. La comida que ellos sirven es la más rica; incluso la comprada. Los
abuelos huelen siempre a abuelo. No es por el perfume que usan, ellos son así.
¿O no recordamos su aroma para siempre?
Los chicos que tienen abuelos están mucho más
cerca de la felicidad. Los que los tienen lejos, deberían procurarse uno
(siempre hay buena gente disponible).
Finalmente, y para que sepan los descreídos los abuelos nunca
mueren, sólo se hacen invisibles.
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