Por Luis Miguel Ariza, 09/08/2013
Las
abejas nos están mandando un mensaje que recuerda nuestra estupidez. “Sabemos
que estos insectos son indispensables para la subsistencia del género humano,
pero durante décadas nos hemos dedicado a rociar los campos con plaguicidas. Las abejas nos recuerdan que
siempre llegamos tarde”.
Dave Hackenberg lleva ganándose la vida como apicultor
desde 1962, cuando decidió dedicarse a la cría de las abejas de la miel. Su negocio consiste en transportar sus
colmenas a lo largo y ancho de Estados Unidos a bordo de grandes camiones.
Con su gorra calada, su nariz afilada y el rostro
marcado por una vida dedicada al campo, Hackenberg recorre todos los años miles
de kilómetros de costa a costa con sus panales para polinizar las plantaciones
de manzanos de Pensilvania –donde tiene su casa de Verano– o los extensos
cultivos de almendras de California, a principios de la Primavera.
En Otoño de 2006, Hackenberg se desplazó a Florida,
donde tiene su casa de Invierno, para que sus abejasse ocuparan de fertilizar los amplios cultivos de
calabazas. Sus colonias eran un hervidero cuando las dejó, pero al regresar
allí un mes después se encontró con la mayor sorpresa de su vida.
Más de la mitad de sus tres mil panales aparecían
desiertos, con tan sólo la abeja reina y unas cuantas obreras guardianas. Los
alrededores tampoco mostraban cadáveres de abejas. Los insectos se habían desvanecido.
“Fue como si caminara por un pueblo fantasma”, indicó
Hackenberg a la revista Scientific American.
Hackenberg comunicó el suceso a sus colegas, lo que le
costó no pocas críticas. Enseguida lo tacharon de apicultor descuidado. Pero
poco después, los casos de desapariciones misteriosas de abejas se propagaron entre otros muchos colegas.
Estos insectos tienen un fuerte sentido colectivo,
dentro de una sociedad exclusivamente femenina que gira alrededor de la abeja
reina, la madre de toda la comunidad. Hay guardianas que defienden el panal,
otras que se especializan en cuidar los huevos y las crías, y otras que se
encargan de traer el alimento -néctar y polen- a la colmena, fabricando miel.
El abandono de una colmena resulta un comportamiento
inconcebible: un suicidio colectivo. Los apicultores, aterrados, no encontraron
restos de insectos, ni señales o pistas que pudieran explicar la tragedia. Las
abejas se habían desvanecido inexplicablemente.
En la Primavera de 2007, los investigadores
descubrieron que una cuarta parte de los apicultores estadounidenses habían
sufrido pérdidas catastróficas. Pero el desastre se propagó a otros países:
Brasil, Canadá, Australia, y también en Europa, en Francia y España.
En la televisión saltaban extrañas noticias como la
desaparición de 10 millones de abejas en Taiwán. Desde aquel Otoño de 2007 se
vienen repitiendo las desapariciones masivas.
Hackenberg pasó de apicultor descuidado a pionero, el
primero en dar la voz de alarma: millones de abejas desaparecen cada año. Algo
está ocurriendo.
“Sí, es un fenómeno global”, afirma Carlo Polidori.
Como experto en comportamiento de himenópteros e
investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Polidori es muy consciente del
problema.
En Europa, las pérdidas de colmenas se suceden
anualmente a un ritmo de un 20%, observa con preocupación. “En este año se han
perdido en Inglaterra el doble de colmenas que el año anterior”.
En España, las noticias anteriores al hallazgo de
Hackenberg son incluso peores.
“Antes de 1994 había una desaparición anual de entre
el 5% y el 7%”, explica Suso Asorey, secretario de la Asociación de Apicultores
Gallegos (AGA), mediante correo electrónico. “A partir de esta fecha estamos
entre el 35% y 40% (de pérdidas)”.
La importancia económica de las abejas de la miel es
colosal.
En la Red circula una citación atribuida a Einstein
que sugiere que si las abejas desaparecieran hoy de la Tierra, el hombre sólo
podría sobrevivir cuatro años. Sea o no cierta esta cita, hay una parte de
verdad en ella que evoca un futuro apocalíptico.
De acuerdo con Hackenberg, las abejas de la miel
intervienen en uno de cada tres bocados que nos llevamos a la boca. Los
cultivos básicos como el arroz, el trigo o la cebada son polinizados por el
viento.
Pero en un mundo sin abejas, una gran parte de las
frutas y verduras comunes de los supermercados desaparecerían de las
estanterías. Sus precios resultarían tan astronómicos que un kilo de manzanas
podría costar casi como el caviar.
“Más del 80% de las plantas con flores son polinizadas
por animales”, remarca Carlo Polidori, investigador del Museo Nacional de
Ciencias Naturales de Madrid.
“Y más del 30% de las plantas de cultivo y frutas
dependen de la polinización por parte de las abejas”.
Y si bien hay especies de abejas silvestres y
abejorros que hacen un trabajo muy importante, el carácter todoterreno de estos
animales colectivos les convierte en la especie de insecto que más importancia
económica tiene para el hombre.
Meses después de lo ocurrido con las colmenas de Dave
Hackenberg, los investigadores catalogaron el fenómeno como “colapso
desordenado de la colonia” (CCD, siglas en inglés de Colony Collapse Disorder).
Cinco años después, las interrogantes persisten. Los
investigadores han indagado como si fueran forenses científicos en busca de
cadáveres que examinar.
Han realizado autopsias en los animales en busca de
parásitos, virus y rastros de insecticidas; han examinado la capacidad
reproductora de las abejas madre, y han realizado un sinfín de estudios de
toxicidad buscando restos de pesticidas en los granos de polen.
Hasta el momento, no han encontrado a un solo
culpable, pero sí muchas pistas, y todas inquietantes.
Los inmensos campos de monocultivos que sostienen la agricultura mundial son un festín
continuo para legiones enteras de insectos devoradores.
La única manera de mantenerlos a raya es rociándolos
con nuevas fórmulas de plaguicidas e insecticidas cada vez más letales. Y estas
sustancias tóxicas podrían alterar el comportamiento y el sistema nervioso de
las abejas.
En concreto, un tipo de pesticidas sintéticos –llamados neonicotinoides- atacan los centros del sistema nervioso de los
insectos. Cuando las abejas obreras salen para recoger el néctar, entran en
contacto con estas sustancias, que alteran su sistema nervioso.
Los animales, desorientados, no encuentran el camino
de vuelta hacia la colmena -situado a kilómetros de distancia- y mueren lejos.
Esto podría explicar el hecho de que los investigadores suelen encontrar los
paneles casi vacíos sin cuerpos a su alrededor.
Para Suso Asorey, secretario de la Asociación de
Apicultores Gallegos, “la puesta en el mercado de estos pesticidas neurotóxicos y sistémicos coincide con las pérdidas
registradas de hasta un 40%”.
Si la legión de obreras que parten para recolectar polen no regresa, la colmena no dispone de suficientes
individuos y está condenada irremisiblemente a morir.
Abejas de
miel
Existen alrededor de 20,000 especies de abejas, pero
las abejas de la miel (Apis mellifera) son extraordinarias ya que polinizan una
amplia variedad de flores.
Cada individuo es un prodigio de la ingeniería
biológica: está equipado con sensores de temperatura, de dióxido de carbono y
de oxígeno, y su cuerpo está diseñado para cargarse de electricidad estática.
Cuando las abejas recolectan el alimento en las
flores, los granos de polen que quedan adheridos a ellas permiten que el polen de
una flor viaje hasta otra, la cual se fertiliza.
El resultado es una semilla y un fruto. La magnitud
del fenómeno resulta increíble cuando examinamos la labor colectiva. En un
panal medio puede haber unas 60 mil abejas, de las que 40 mil salen en busca de
alimento.
Cada obrera realiza hasta 30 salidas diarias, y en
cada viaje puede llegar a polinizar un total de 50 flores.
En una sola jornada de trabajo, una colmena puede lograr
la fertilización de millones de flores.
Los cálculos de la Asociación de Apicultores Gallegos sugieren que una sola colmena es capaz de encargarse de fertilizar las flores en una zona de 700 hectáreas, es decir, la superficie equivalente a unos 350 campos de futbol.
Los cálculos de la Asociación de Apicultores Gallegos sugieren que una sola colmena es capaz de encargarse de fertilizar las flores en una zona de 700 hectáreas, es decir, la superficie equivalente a unos 350 campos de futbol.
Tienen
apicultores nuevo reto
En EU, la cría de abejas se ha transformado en un
negocio en el que centenares de miles de colmenas son transportadas a lo largo
y ancho del País.
Uno de los acontecimientos del año es la polinización de los cultivos de almendros en California. Los
apicultores llegan con sus grandes camiones, rocían de antibióticos los panales
para mantenerlos libres de enfermedades y alimentan a las abejas con sirope de
glucosa.
Ante la pérdida de animales, se han llegado a importar
abejas desde Australia para mantener la industria de la almendra californiana.
Los insectos llegaban a bordo de aviones Boeing 747.
El doctor Eric Mussen, del departamento de entomología
de la Universidad de California en Davis, es a la vez un académico y un experto
apicultor, el puente ideal entre la ciencia entomológica y el mundo real, en el
que los apicultores han domesticado y criado a las abejas desde hace siglos.
“Cada País es diferente, pero los apicultores están
teniendo dificultades para mantener el número de las abejas de sus colonias”,
admite Mussen al otro lado del teléfono.
En EU, asegura, la mayoría de los apicultores está
alejándose de la agricultura comercial masiva. El mensaje de sus colegas
orgánicos ha calado, al menos en lo que respecta al manejo de los animales. No
hace mucho se acarreaban los panales en vagones junto con caballos o en
camiones mal acondicionados.
Pero ahora las colmenas viajan en tráileres. Según
Mussen, estos largos desplazamientos no suponen un gran problema para los
animales, ya que en apenas un par de días se adaptan al lugar y al cambio de
horario.
Las importaciones de abejas de otros países también se
han suspendido en EU por el temor a que con ellas lleguen nuevas enfermedades.
Eric Mussen advierte de que el porcentaje de pérdidas en la actualidad -entre
el 15% y el 20%- es una media estadística, aunque en el caso de algunos
apicultores se eleva al 50% e incluso al 80%.
Para Carlo Polidori, investigador del Museo Nacional
de Ciencias Naturales de Madrid, las abejas nos están mandando un mensaje que
recuerda nuestra estupidez. “Sabemos que estos insectos son indispensables para
la subsistencia del género humano, pero durante décadas nos hemos dedicado a
rociar los campos con plaguicidas. Las abejas nos recuerdan que siempre llegamos
tarde”.
El Campamento Terecay les recuerda que debemos cuidar a estos insectos, ya que la polinización de las
abejas permite que tengamos:
Almendras, Duraznos, Cerezas, Ciruelas, Manzanas, Peras, Alfalfa
Trébol, Melones, Pepinos, Calabazas, Calabacines, Berenjenas
Fresas, Frambuesas, Zarzamoras, Tomate, Vid, Espárragos
Trébol, Melones, Pepinos, Calabazas, Calabacines, Berenjenas
Fresas, Frambuesas, Zarzamoras, Tomate, Vid, Espárragos
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