Por Laura Peraita 10/02/15
¿Quién no ha gritado alguna vez a sus
hijos? Se quiera reconocer o no, los padres y madres saben que alguna vez,
o muchas, gritan a sus hijos. Cierto es que la vorágine del día a día, las
prisas, los atascos, el estrés de la casa, el trabajo, de llegar a fin de
mes..., favorece que podamos estallar con una palabra más alta que la otra
cuando un hijo no hace caso a la petición de sus padres. Al final, el estrés de
los padres lo pagan los hijos.
Según
Tania García, experta en Educación
Respetuosa y asesora familiar, educar con gritos, no es más que un sistema
fácil y cómodo al que recurren los padres. Es decir, «como no tienen otras herramientas, deciden hacer uso de aquello que
han conocido cuando ellos eran pequeños, aunque no se sientan bien llevándolo a
cabo».
Cada
vez es más habitual encontrar familias que resuelvan todo a gritos y parece
imposible una vuelta atrás, a las conversaciones y negociaciones sin elevar la
voz. Tania García, invita a los
padres a reflexionar sobre este asunto porque, como ella misma apunta, las
consecuencias negativas de los gritos a nuestros hijos son múltiples; los
beneficios, ninguno. «Educar gritando les aporta: malestar constante, estrés,
problemas de concentración, desmotivación, frustración, rabia, baja autoestima,
desatención, mal ejemplo (si gritamos, ellos gritarán), y un largo etcétera».
Por
este motivo, esta experta asegura que es posible educar sin gritos, aunque
reconoce que conlleva un esfuerzo por parte de los padres. «Es mucho el trabajo de desapego que se tiene que hacer con el pasado y
con la sociedad, pero una vez en ello, todo es mucho más sencillo, además de
aportar serenidad, bienestar, confianza y comunicación positiva a los hijos y a
su personalidad presente y futura».
Para
lograrlo recomienda llevar a cabo los siguientes pasos:
1. Mirar desde sus ojos: comúnmente se
nos olvida que los niños son niños, no adultos en construcción. Es decir, los
niños no ven la vida como nosotros la vemos ni razonan de la misma manera. No
tienen maldad, no van más allá, no dan vueltas de tuerca a las situaciones, ni
hacen las cosas por detrás.
Los
niños piensan como niños, ven una oportunidad de juego en cada situación,
aprovechan cada minuto para tener tiempo libre, sin obligaciones, sin normas,
juegan y disfrutan del día. Por eso, es importante que, ante una situación de
conflicto con los hijos, antes de actuar, de gritar, uno se pare a mirar desde
la perspectiva del pequeño, su punto de vista, desde sus ojos.
Es
importante entender que, lo que para los padres es un dilema enorme, para ellos
ha sido una decisión propia, sin ninguna maldad. Por ejemplo, si el niño de 8
años ha traído una nota de la profesora en su agenda porque no hizo los
deberes, lo aconsejable es leer la nota, respirar y pensar «vale, es un niño, seguramente esté harto de la cantidad de deberes que
le ponen, o bien, no le salían muy bien o le parecían aburridos y decidió no
hacerlos». Entonces, se sigue solucionando «el altercado», pero los padres ya se han parado los pies y evitado
este primer impulso de gritar enfadada/o con gran énfasis.
2. Reflexionar: una vez dado el primer
paso hay que reflexionar en cada situación. Es decir; respirar hondo y pensar
si aquello que ha hecho es tan grave, tan importante o, por el contrario, es
algo que se puede pasar por alto porque a mí como adulto me parece mucho, pero
para él es simplemente una manera de hacer.
Toca
reflexionar: ¿es tan grave? Si los padres consideran que sí, lo mejor es
respirar profundamente, relajar la frustración y disponerse a solucionar el
problema. Con la empatía y la reflexión, se podrán prevenir y evitar muchos
conflictos, porque se rebajará la ira y se podrán ver las cosas de otro modo.
Solucionarlas sí, pero no de forma violenta ni angustiosa.
3. Escuchar activamente: en muchísimas
ocasiones, cuando hay algún conflicto en casa, los padres no escuchan la
versión de los hijos, no se les da ni siquiera la oportunidad de explicar sus
motivos. Los niños siempre tienen un motivo para hacer lo que hacen, y éste, no
tiene nada que ver con el motivo adultocentrista que los padres puedan
imaginar. Hay que darles la oportunidad de expresarse, de explicar lo sucedido.
Siguiendo el ejemplo anterior, ya se ha llevado a cabo los dos primeros pasos:
empatizar y comprender que es un niño, se ha reflexionado y bajado así el nivel
de frustración y enfado. Ahora toca escuchar.
Entonces,
hay que preguntarle: «Cariño, ¿por qué no
has hecho los deberes de matemáticas?». Y será ahí cuando los padres se
sorprenderán, porque contestará: «Pues
porque ya sé hacerlo, preferí jugar con mis legos y, además, ¡practiqué las
multiplicaciones con ellos!». De esta forma los padres habrán escuchado
activamente, atenta/o, poniendo atención, interés… y habrán comprobado que lo
dice de verdad, que no hay ninguna mala intención, que realmente practicó los
deberes de una manera mucho más manipulativa, creativa y que no lo hizo para
fastidiar.
4. Diálogo: el diálogo es una de las
herramientas más importantes para educar a los hijos. Hay que explicar,
dialogar, expresar los diferentes motivos y lo que se espera con toda la
comprensión y la serenidad del mundo.
Es
muy recomendable dialogar tranquilamente con un tono de voz sosegado, mirándole
a los ojos y poniéndose a su altura. Hay que explicarle por qué es preferible
que realice los deberes, con fundamento y asegurándose de que lo entienda. Por
ejemplo, si se le dice que «sino el día
de mañana no será nadie», no se le está ofreciendo un diálogo comprensivo
porque lo único que se consigue actuando así es amenazar y cohibir… Hay que
darle explicaciones que pueda comprender, en buen tono y sin meter miedos ni
temores.
5. Tiempo de calidad: es importante e
imprescindible pasar tiempo junto a los hijos. Es difícil con esta sociedad en
la que vivimos, pero debe ser uno de los objetivos principales. Y debe ser
tiempo de calidad. ¿Qué significa esto? Pues llenar el tiempo de escuchar y ser
escuchado, juegos en familia, contar cuentos, hacer manualidades, relajarse
juntos en el sofá, ver una peli de su gusto, ir a pasear en bici, hacer un
bizcocho, etc., etc. Todo esto desechando el móvil o tablet. Este vínculo
afianzará la relación y quitará a los padres las ganas de gritar y fomentará
una comunicación positiva.
6. Trabajo personal: en muchas
ocasiones, las madres y padres son conscientes de que no quieren educar así.
Pero sienten que les falta tiempo, cohesión, herramientas… Por lo tanto, es muy
importante estar decidido a hacerlo y estar seguros de que es lo mejor para los
hijos. Una vez hecho, hay que prepararse. Leer mucho, aprender, dialogar y
cohesionarse con la pareja para seguir la misma línea y, si es necesario,
realizar algún deporte que ayude a calmar esa parte de frustración adulta que a
veces se queda dentro.
7. Pedir perdón: muchos padres se
ofuscan en que sus hijos pidan perdón a sus hermanos, a sus amigos, a los
mismos padres… e, incluso, les obligan a hacerlo cuando consideran que han
hecho algo mal. Una vez más, se olvidan de que lo mejor que les podemos ofrecer
es el ejemplo. Si queremos que integren el perdón como una herramienta para
relacionarse, debemos pedírselo también a ellos cuando consideremos que hemos
traspasado la línea del respeto.
Si
por el estado de ánimo y estrés de los padres se han saltado todos los consejos
y acaban gritando y perdiendo los papeles… lo mejor es, cuando se calmen, pedir
perdón y retomar uno por uno todos los consejos y aprovechar para remendar lo
equivocado. Ellos son agradecidos y se sentirán muy bien al ver que reconocen
los errores y que se quiere mejorar y darles la oportunidad, que todo el mundo
merece, de ser escuchado y comprendido. Además de integrar el perdón como algo
suyo y como una manera de relacionarse.
Tania García reconoce que cada familia
es única y, por tanto, tiene unas normas de convivencia concretas. «Pero siempre hay que intentar que estas
normas sean flexibles y adaptadas a las necesidades de los hijos. Son bien
claras: juego, respeto, libertad y amor. Nadie es perfecto, todos nos
equivocamos, todos perdemos la paciencia en algún momento».
Explica
que al reflexionar sobre la manera de educar, es posible que los padres se
sientan algo culpables. «Es normal. Pero
no hay que quedarse ahí, la culpabilidad sólo atormenta —explica esta experta—.
Cuando se siente, en realidad, se está reflexionando. Hay que sentirse fuerte
para decidir firmemente que se quiere educar dentro de unos valores de respeto
hacia todos los integrantes del hogar y no gritar», concluye.
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