04/05/2015
Si tienes hijos, seguramente te has familiarizado con
expresiones como “el rey de la manada” o “cuido a mis hijos como una leona”. Es esa feliz sensación que se dispara
apenas vemos a nuestro hijo por primera vez, la de sentir la certeza del amor
eterno, lo que nos hace querer dar lo mejor para ellos, protegerlos,
resguardarlos.
Sensaciones como la tristeza, la rabia, el miedo o la
impotencia empezarán a aparecer en la vida de nuestros hijos en la medida en
que crecen. El instinto nos dice que hay
que “arreglarlo”, para evitar el sufrimiento. Sin embargo, hay que saber
cómo guiar estas experiencias con nuestros hijos. La manera en que los hagamos
lidiar con las emociones difíciles determinará el temple con el que lo puedan
hacer en el futuro, ellos solos. Si no quieres que tu hijo sea un adulto
inseguro, dependiente de ti, mira cómo manejar estas situaciones en las que se
sientan mal.
No niegues
esas emociones. El llanto, la
inconformidad o la ira pueden hacernos querer detenerlo todo, lo cual es más
que comprensible. No obstante, no podemos optar por la negación: como los
adultos, los niños deben experimentar las sensaciones para dejarlas salir, y no
acumular pesares desde pequeños. Esto los ayudará mucho en el futuro.
Los límites. Muchas veces creemos que los niños merecen total
libertad, y nos inclinamos hacia ello. Hablar de límites puede parecer impropio
cuando vemos la naturaleza pura e inocente de nuestros hijos, pero saber fijar
un (sano) límite le dará seguridad a nuestro hijo. Si eres inconsistente o muy
permisivo, su comportamiento también lo será.
La
naturaleza. En la medida en que
crecen, se va haciendo más patente la necesidad de explorar, curiosear,
aprender. Haz que pasen tiempo libre en la naturaleza. No te preocupes por si
se ensucian. Con base en el punto anterior, debes saber establecer los límites
para que se sientan con libertad para explorar sin sentirse estrictamente
vigilados o atemorizados por potenciales caídas o raspones. Permite que su
curiosidad se exprese naturalmente.
Agua. En momentos de rabia, tristeza o decepción, haz que
se tomen un baño o llévalos a nadar. El agua relaja, calma, y limpia las
energías. Si tu hijo es de los que sienten aversión a los baños, transforma la
energía de ese momento y haz que lo vean como un juego.
Expresa el
amor. No sólo de manera verbal, muy
importante en principio. Bésalos, tócalos. Las referencias culturales a veces
nos tienden trampas: hay padres que no besan a sus hijos, “porque eso no es de
hombres”; ese comportamiento puede, por el contrario, llevar al niño a la
represión y a la inseguridad. Haz que siempre se sientan amados, física y
emocionalmente.
No te
olvides de ti. Eres su guía, su
ejemplo, el responsable de lo que tus hijos aprendan. La paternidad es una
escuela sin final, y siempre debes estar atento a tus propias necesidades, para
que puedas vivir plenamente, en paz, calma y seguridad.
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