lunes, 22 de junio de 2015

Cómo gestionar la agresividad en los niños

Por Higinia Fernández Peña

¿Qué significa que un niño pegue en el colegio? ¿Qué emoción intenta mostrar? ¿Cómo enseñarle a demostrar su enfado de una manera ‘más social’? Son algunas de las preguntas que la psicóloga experta en niños resolverá.

Cuando un niño pega a otra persona, tendemos a asustarnos, y las palabras “agresividad” y “violencia” aparecen a menudo. Lo que no nos planteamos es qué significan esas palabras.  ¿Qué es ser agresivo? ¿y violento? Resulta que agresivo es alguien que se comporta de forma violenta, y violento es alguien que se deja llevar por la ira. Con esto ya no estamos hablando de conductas, sino de emociones, ya que la ira es una de las 6 emociones básicas que existen (alegría, tristeza, asco, miedo, sorpresa e ira).

Cuando una persona, ya sea niño o adulto, se comporta de una determinada manera, debemos preguntarnos qué pensamiento o emoción le ha llevado a eso, porque una acción no aparece de la nada. Otra cosa será que la persona no sepa identificar qué ha sentido para reaccionar como lo ha hecho.

En el caso de los niños es aún más complejo, puesto que ellos tienen que aprender a reconocer esas emociones primero, y a actuar y transmitirlas de forma adecuada cuando las sienten, y para eso hay que enseñarles.

¿Qué emoción intenta mostrar un niño al pegar?

Un niño que se siente feliz sonríe, un niño triste llora, un niño enfadado…pega o se enrabieta. Los niños aprenden poco a poco el significado de lo que sienten: les enseñamos qué es la cariño y cómo expresarlo, con frases como dale un besito a mamá, pero tendemos a dejar de lado las emociones que no nos parecen buenas.

Una emoción no es positiva o negativa. Estar triste o enfadado no es malo, simplemente no nos gusta sentirnos así y por eso lo rechazamos, pero son emociones que nos ayudan a desarrollarnos como personas y que no podemos eliminar. Cuando perdemos algo o a alguien querido nos sentimos tristes, es la respuesta natural y no se debe negar, rechazar u ocultar. Y si se comete una injusticia con nosotros nos enfadamos, y es lógico y normal hacerlo.

¿Qué debemos hacer como padres para que esto no se repita?

El problema no es el sentimiento, sino lo que hacemos con él, y esa diferencia es lo que debemos transmitir a nuestros hijos. Cuando un adulto tiene un conflicto con otro, suele disponer de varias armas:

- Saber lo que le ocurre (esta energía que me sale de dentro es enfado)
- Saber por qué le ocurre
- Vocabulario y capacidad para dialogar y expresar sentimientos
- Capacidad para buscar soluciones

Sin embargo, un niño pequeño no posee ninguna de estas habilidades, empezando porque no entiende el sentimiento. Solo sabe que, ante una situación le inunda una necesidad de actuar, de soltar toda la energía que se le ha acumulado de pronto y que le lleva a agredir.

Debemos dejarle bien claro a nuestros hijos que pegar no es la conducta apropiada cuando uno se enfada, regañando o incluso castigando cuando la situación sea grave o muy repetitiva. Y siempre, acompañando el NO con un ejemplo de lo que SÍ. Si le decimos a un niño que no debe pegar cuando se enfade, no le estamos dando solución, sólo limitando sus posibilidades. Los niños pequeños necesitan que les demos pautas de actuación para entender bien lo que deben hacer: 'No se pega, si te quitan un juguete, se lo dices a la profe, pero no pegas, ¿está claro?'

Además, podemos hacerles ver qué emoción es la que está sintiendo: te han regañado, y seguramente eso te hace sentir enfadado o triste, para que cada vez les resulte más sencillo reconocer la emoción y recordar qué deben hacer cuando se sienten así.

¿Cómo enseñarle a demostrar su enfado de una manera “más social”?

Lo primero, como ya hemos dicho, es aprender a reconocer el enfado, qué cosas me lo provocan y saber cuándo me estoy enfadando. Eso lo aprenden cuando les explicamos que estamos enfadados y les decimos qué nos ha enfadado (siempre adaptado a su edad), al igual que cuando los vemos enfadados se lo decimos: pareces enfadado, quizá es porque…

Una vez lo reconocen, se trata de que lo digan: "Estoy enfadado por esto / Esto me ha enfadado /me ha molestado que hicieras eso". Compartir esa información ayuda, ya que normalmente los niños pegan para mostrar su enfado, por lo que decir es una forma muy directa de que los demás sepan cómo me siento. Además, normalmente, cuando un niño dice que está enfadado, los demás suelen preguntarle por qué se siente así y buscan hacer las paces o pedir perdón, más aún si hay un adulto de por medio, por lo que los niños aprenden que diciendo cómo se sienten, los otros reaccionan pidiendo perdón o arreglando lo que haya sido que le ha enfadado.

Sin embargo, hay situaciones en las que se enfadan, lo dicen, y el otro no quiere pedir perdón, o lo pide y nuestro niño no quiere “desenfadarse”. En estos casos, podemos intentar explicarles que los demás no siempre quieren admitir que han hecho algo mal y pedir perdón y que no podemos hacer nada por cambiarlo, o que si otra persona nos pide perdón es porque se arrepiente, que todos cometemos errores y que a nosotros nos gusta que nos perdonen cuando hacemos algo mal.

Puede que incluso así no se le pase el enfado. Está bien. Mientras no intenten agredir o perturbar el entorno, pues dejemos que pasen su proceso de enfado y “desenfado” a su ritmo, preguntándoles cada cierto tiempo si quieren incorporarse al juego, charla o actividad o si quieren hacer algo.

¿Cuándo debemos pedir ayuda? ¿A quién acudir?

Cuando todas estas pautas no funcionan y nos vemos sobrepasados por la situación, de tal forma que nuestro hijo no acepta ni cumple normas y se pasa la vida castigado aunque parece que los castigos no le importen ni hagan efecto.

Está bien pedir ayuda cuando vemos que no somos capaces de ver una salida o encontrar una solución. Precisamente para eso están los psicólogos infantiles, para darnos pautas y encontrar otras opciones desde fuera, porque normalmente, una vez que entramos en una rutina, no solemos ver otras posibilidades o simplemente no conocemos otras posibilidades.
Nadie nace sabiendo ser padre y, desde luego, no todos los niños son iguales o les sirven las mismas pautas, por lo que quizá lo que conocemos no sirve y los consejos que nos dan no funcionan. Buscar el apoyo de un profesional no nos hace malos padres, sino que indica un deseo de mejorar y aprender para lograr el bienestar del niño.


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