27/05/2015
Una reciente
medida de la Unión Europea prohíbe la comercialización de cualquier dispositivo
que contenga MERCURIO.
¿Tan tóxico
es este elemento?
El pasado 10 de Abril de 2014 entró en vigor una
directiva de la Unión Europea, por la que se prohíbe la comercialización de
aparatos que contengan mercurio. Se trata del punto final de un proceso gradual
de abandono de este metal, pues hace ya años, décadas en algunos casos, que no
es posible adquirirlos en los comercios habituales. Es el caso, por ejemplo, de
los termómetros, o de las baterías de mercurio, que desde hace ya tiempo han
sido sustituidos por dispositivos equivalentes, basados en otras tecnologías.
El aspecto más visible de la prohibición se refiere a
los termómetros, puesto que ya no pueden adquirirse los tradicionales
dispositivos de mercurio, que tantas y tantas generaciones han utilizado para
medir la fiebre. ¿Quién no recuerda, no hace tantos años, "mirar" la
fiebre con el termómetro? La particular operativa requería sacudir primero el
termómetro, colocarlo después en la axila, esperar un tiempo prudencial, para
luego hacer la lectura buscando el ángulo óptimo, girando el cilindro según su
eje, hasta distinguir el nivel de la columna de mercurio. Todo un ritual.
Los termómetros de ambiente también solían ser de
mercurio. Podían romperse con facilidad, ya fuera por caída accidental, o por
traviesa manipulación de los chiquillos de la casa. En este último caso, la
travesura tenía su premio, la posibilidad de perseguir y jugar durante largo
tiempo con las bolitas de mercurio. Su capacidad para ser divididas en gotas
menores, empujarlas siguiendo las uniones entre las baldosas del suelo, juntarlas
y formar gotas mayores, se revelaba entonces como el acontecimiento del día e,
incluso, de varios días.
¿Qué peligro puede conllevar, la manipulación de estas
inocentes gotitas? El sentido común nos dicta que, evidentemente, no deben
ingerirse. Entonces, ¿por qué prohibir?. A primera vista, por tanto, la medida
de la Unión Europea podría parecer un poco exagerada. Cierto que hemos oído
hablar de los elevados niveles de mercurio en el agua, y también en el pescado.
Pero de este tema ya se cuidan adecuadamente las autoridades sanitarias. En
cambio, prohibir la venta de cualquier dispositivo parece que sea llevar el
tema muy al límite. En este contexto, fui entrevistado, la víspera de la
entrada en vigor de la normativa, por la cadena 8tv, dentro del programa diario
"8 al día". El conductor y director del programa, Josep Cuní, me
planteaba precisamente esta cuestión, es decir, la pertinencia o no de la
prohibición.
Debo reconocer que la observación del periodista y su
equipo me sorprendió, de entrada. Mi sorpresa se debía a que, bajo mi punto de
vista, su exhaustivo sistema de información ya les tenía que haber
proporcionado las claves que permitían justificar la medida. Evidentemente, esa
información había sido diligentemente recopilada. Lo que ocurría, por supuesto,
es que un servidor no estaba entendiendo el magnífico ejercicio de periodismo
en el que estaba participando. Éste simplemente buscaba respuestas, en Román
paladino, sobre lo que el ciudadano de a pie se estaba preguntando. Por tanto,
el tema se tenía que exponer, sin hacer ninguna suposición acerca de lo que se
debe o no se debe saber. Ya sin las prisas del directo, es un buen momento para
proporcionar aquí una argumentación más completa.
El mercurio es una de las substancias químicas con una
historia más rica, en cierto modo apasionante. Curiosamente, la substancia no
posee propiedades que permitan un uso tecnológico de tipo estructural, al ser
líquido a temperatura ambiente, el único metal con esa propiedad. En cambio, ha
sido objeto de gran y volátil especulación sobre sus propiedades, a lo largo de
la historia, y componente básico de preparados de gran uso por parte de los
galenos, a través de los siglos. Veamos unos cuantos ejemplos, del papel que el
mercurio ha desempeñado históricamente.
El uso más antiguo del mercurio, que ha podido
cuantificarse con cierta precisión, nos remonta a 30.000 años atrás, en el
neolítico. Un derivado suyo, el cinabrio, podría muy bien ser la primera
substancia química usada por el hombre, al constituir el pigmento rojo
utilizado en las pinturas rupestres. Bastante más tarde, en los albores de
nuestra era, el primer emperador chino, Qin Shi Huang, mandó construir en su
honor un monumento fúnebre, en el que representó los cien ríos más importantes
de China mediante un sistema de corrientes de mercurio. Este monumento se
encuentra anexo al formidable yacimiento identificado internacionalmente como
"Los guerreros de Xiang".
Unos siglos después, al final del primer milenio,
Abderramán III, Califa de Córdoba, instaló una pequeña piscina de mercurio, en
los jardines interiores del suntuoso palacio que edificó en Medina Azahara, con
el objetivo de impresionar a los visitantes. Estos ejemplos nos ilustran cómo
el mercurio aparecía entonces ligado a los ritos religiosos, así como a la
ornamentación.
En la Edad Media, los alquimistas consideraban al
mercurio la sustancia origen del resto de los metales conocidos, al poseer la
quintaesencia de las propiedades, la fluidez. Su conocida capacidad para
disolver el oro justificaba esa visión. Esa capacidad no permitió obtener la
codiciada Piedra Filosofal, con la que transformar cualquier metal en oro, pero
si permitió desarrollar un modo separar el oro de los minerales. No es extraño
entonces que cada tonelada de oro extraída del continente americano, y traída a
Europa por los españoles, hubiese requerido que una tonelada y media de
mercurio realizara el viaje inverso.
Por otro lado, el oxígeno fue descubierto por Joseph
Priestley, en 1774, calentando óxido de mercurio y recogiendo el gas
desprendido. Virtualmente, todos los laboratorios de los siglos XVIII y XIX
basaron sus experimentos, de un modo u otro, en el uso del mercurio, ya fuera
como materia prima o como parte de los instrumentos de medición más
importantes.
Algunas sales de mercurio, preparadas en forma de
ungüentos, fueron utilizadas como desinfectantes desde la Edad Media, y en
particular para tratar la terrible e innombrable sífilis, azote a la par de
nobles y plebeyos. Paracelso, el padre de la Iatroquímica, la Química Médica,
estableció, a principios del siglo XVI su célebre frase "la dosis crea el
veneno", precisamente observando la importancia de la dosis al administrar
sales de mercurio. Por otro lado, el pionero en el estudio de las enfermedades
profesionales, el cirujano italiano Bernardino Ramazzini, describió, en 1700,
el efecto de los productos químicos sobre los trabajadores que los utilizaban,
incluyendo la toxicidad del mercurio, tanto en las minas como en las factorías
donde se utilizaba.
Modernamente, el mercurio ha encontrado uso, además de
los ejemplos ya expuestos, como antiséptico, blanqueante de piel y cabello,
fumigante, diurético o explosivo, y como parte de empastes dentales,
barómetros, manómetros y esfigmomanómetros (los aparatos tradicionales para
medir la presión sanguínea), lámparas eléctricas, interruptores, baterías,
pinturas o la felpa. Este último caso es interesante, puesto que la piel de
liebres o conejos se trataba con nitrato de mercurio, hasta obtener un tacto
tan suave, que se utilizaba para fabricar los sombreros de todas las
generaciones. El único inconveniente es que, con el tiempo, los trabajadores
sufrían temblores, mareos, vómitos, irascibilidad, e incluso accesos
paranoides, los síntomas típicos de la intoxicación por mercurio, y que durante
el siglo XIX se identificó como la locura del sombrerero.
El conjunto de las aplicaciones surge tanto del
mercurio elemental, líquido metálico, como de los diferentes compuestos que el
mercurio puede formar. Las formas más presentes en la naturaleza son el sulfuro
de mercurio, compuesto de fórmula química HgS y constituyente del mineral
cinabrio, y el calomelanos, el cloruro de mercurio de fórmula Hg2Cl2. En total,
se conocen actualmente unos 115 compuestos diferentes del mercurio.
Pues bien,
todos son tóxicos
Aún siendo tóxicos, el grado de toxicidad depende de
la forma química en la que se encuentra el mercurio. Cuando este elemento se
usa como líquido metálico, no es tan perjudicial, puesto que se absorbe con
dificultad en el interior de nuestro organismo. En cambio, en forma de vapor la
situación es harina de otro costal. El mercurio líquido tiene una cierta
tendencia a evaporarse, a razón de 800 miligramos por metro cuadrado de
superficie de líquido y por hora. Este ritmo de evaporación se incrementa
notablemente, si la temperatura aumenta. En todo caso, los ambientes poco
ventilados pueden llegar a acumular, con facilidad, 9 miligramos de mercurio
por metro cúbico de volumen. Esta cifra es 90 veces superior a la cantidad máxima
recomendada, de 0.1 miligramos por metro cúbico. Finalmente, las formas más
tóxicas del mercurio corresponden al cloruro de mercurio de fórmula HgCl2, así
como al compuesto que se deriva del anterior, que resulta de substituir uno de
los átomos de cloro por la molécula de metilo, CH3.
De los diferentes aspectos, modos y manifestaciones de
la toxicidad del mercurio, analizaré aquí sólo una de ellas, la que se debe al
mercurio en forma de vapor, por razones de espacio. El mercurio gaseoso está
constituido por átomos individuales del metal, y en esa forma se difunde
fácilmente a través de nuestro organismo. Dentro de la célula, el mercurio se
enlaza, con enorme prestancia, al azufre presente en la cisteína, uno de los
aminoácidos constituyentes de las proteínas. Una vez enlazado, la proteína
pierde su funcionalidad, pero este no es todo el problema. El complejo
mercurio–cisteína se comporta, químicamente, como otro aminoácido, la
metionina. Por este motivo, el complejo no es reconocido como substancia intrusa
y traspasa todo tipo de barreras. Entre ellas, la barrera que protege la
placenta, y también la barrera hemato–encefálica, que protege el cerebro de la
acción de las toxinas. Por este motivo, tanto los embriones como el cerebro son
dianas del mercurio, una vez en nuestro interior. No es de extrañar así que la
sintomatología asociada a la intoxicación por mercurio esté tan relacionada con
aspectos neurológicos.
En resumen, pues, el mercurio es una substancia
tóxica, a partir de un vapor invisible, en cantidades que rápidamente pueden
superar los valores seguros. El veneno actúa principalmente en el cerebro, y es
difícil de eliminar, al no ser identificado por nuestro sistema defensivo como
compuesto extraño. En este sentido, se han documentado un buen número de casos,
en los que los síntomas aparecieron más de cinco meses después de producirse la
inhalación de mercurio. Las razones de este retardo no son demasiado conocidas,
todavía. Como tampoco se sabe, a ciencia cierta, cómo es que, aun siendo
tóxicos todos los compuestos de mercurio, los empastes dentales no parecen ser
perjudiciales.
Aun tendiendo presentes los aspectos controvertidos,
el conjunto de las evidencias indican, no obstante, que las medidas de
seguridad alrededor del mercurio deben sobreponderarse. Es cierto que un
accidente doméstico causado por el mercurio es harto improbable. Pero, por muy
baja que sea la probabilidad, no estamos hablando de eventos fortuitos sobre
los que no se puede ejercer control. La probabilidad de accidentes por mercurio
es cero, si no hay mercurio cerca, y ello se puede conseguir actuando
coordinadamente. Espero, entonces, que los peligros potenciales de la
substancia ayuden a entender la adopción de medidas contundentes, como las que
propugna la directiva de la Unión Europea.
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