Por @sumitoestevez
08/06/2015
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Los alumnos de una escuela de cocina que dirijo tienen
que presentar una prueba final, a modo de tesis, que consiste en recrear el
concepto completo de un restaurante. Desde el logotipo hasta el estilo de
servicio. Desde el precio del menú hasta el manual que describe cómo hacer cada
plato.
En una ocasión, un grupo de alumnos decidió homenajear
al Perú y, cuando finalizaba lo que había sido una propuesta excepcional con
invitados peruanos, le ofrecieron al jurado un poco de pisco, el gran destilado
de uva emblema del país. Pues bien: esa botella en cuestión tenía la forma de
uno de los monolitos Moái de la isla de Pascua.
Un pisco chileno en un examen de cocina peruana era
como colocar dinamita encendida en un polvorín.
Esta anécdota (que no llegó a mayores gracias a un
jurado benigno) resume una agria pelea que tiene a peruanos y chilenos enfrentados
en tribunales. Ambos países desean que se le reconozca a la bebida un origen
histórico propio. Ambos países tienen ciudades con ese nombre. Ambos países han
convertido cocteles con pisco en verdaderos emblemas nacionales. Ambos países
saben que el primero que logre proteger internacionalmente el nombre pisco como
una denominación de origen obligará al otro a llamar a su bebida destilado de
uvas en el mejor de los casos, restándole un negocio millonario.
2
Es común enunciar “ceviche peruano”, “tequeño
venezolano”, “curry de la India”, “hummus libanés”, ¿pero será que habría que
decir “ceviche ¿peruano?”, “tequeño ¿venezolano?”, “curry ¿de la India?” o
“hummus ¿libanés?”? Es una duda válida, si entendemos que el ceviche es un
plato muy importante en la cocina ecuatoriana, que en Perú existe una masa
rellena (parecida a los dim sum chinos) llamada tequeño, que quien desea
aprender a cocinar tailandés acopia la palabra curry como parte de un nuevo
vocabulario culinario, o que a un sirio no habría manera de convencerlo que el
hummus no es un invento de su país.
Existen miles de platos que les pertenecen
afectivamente a más de una nación. Un ecuatoriano tiene tanto derecho como un
peruano de considerar al ceviche algo propio. Tanto derecho tiene un venezolano
como un peruano de sentir al tequeño como propio. En estos casos, nos guste o
no, gana quien aprenda a decirlo con más frecuencia.
Ha sido tan coordinada y eficiente la política de
estado de Perú a la hora de promocionar el ceviche como bandera gastronómica
que hoy en día todo el mundo lo asocia únicamente con ese país y, a estas
alturas, ya no tendría sentido que en Ecuador se empecinaran en posicionarlo a
nivel internacional como un plato emblema.
Es tan simple como que quien vocifera más fuerte gana la
batalla de la autoría. Y si hay un aspecto donde el Estado debe asumir como
política la promoción de sus valores es en las denominaciones de origen.
3
Soy venezolano. Nos han amamantado diciéndonos, con
objetiva razón, que tenemos el mejor cacao del planeta. No conozco a un
venezolano que no lo afirme con orgullo: tenemos el mejor cacao del mundo. Todo
chocolate en el mundo que esté hecho con cacao Chuao lo dice en la etiqueta
como prueba de calidad (y porque ese nombre permite venderlo más caro).
Sin embargo, a 1.750 kilómetros en línea recta desde
nuestra capital, Caracas, se encuentra Quito, capital del Ecuador. He visitado
Ecuador anualmente durante la última década y he podido ser testigo de la
evolución de la agresiva campaña oficial en ese país para convencer a su
población de que son los garantes de, atención acá, “el mejor cacao del mundo”.
Una vez, en un congreso en Guayaquil, dije que los
venezolanos teníamos el mejor cacao del mundo y fui pitado jocosamente por el
público ecuatoriano asistente. Así de convencidas están las nuevas
generaciones. Afiches en los mercados, comentarios de entes públicos,
festivales, catas, regalos oficiales, ¡todo un arsenal al servicio de una
campaña que a la vuelta de diez años logró su cometido! El convencimiento
colectivo.
4
Los venezolanos tenemos un gran cacao, pero nos hemos
dormido en los laureles: hemos dejado de decirlo y de decírnoslo.
Si en un caso como éste el Estado venezolano deja que
nos ganen la carrera de la opinión pública, las pérdidas monetarias serán
inmensas y el daño cultural inconmensurable.
Cuando uno sabe que tiene un producto o una receta
excepcional, uno que es parte de lo que nos define como Nación, uno que es
parte del fardo de nuestras jactancias, uno que nos daría un dolor enorme
perder, nos corresponde no olvidarlo. Celebrar y vociferar es una forma de
marcar territorio. Una forma de derecho de autor.
Tenemos el mejor cacao del mundo.
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